Sección:
Anales del Registro Askásico
"Nacido, pues Jesús en Belén de Judá en los
días del rey Herodes,
llegaron del Oriente a
Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde esta el rey de los Judíos que
acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y
venimos a adorarle" (Mateo 2,1-3)
"Después de haber
oído al rey, se fueron, y la estrella que habían visto en Oriente les
precedía, hasta que vino a pararse encima del lugar donde estaba el
niño. Al ver la estrella sintieron grandísimo gozo, y llegando a la
casa, vieron al niño con María, su madre...".(Mateo 2,9-11)
Era la tercera semana del mes
de Marzo del año 7 antes de nuestra
Era en la región de Judea.
Empezaba a calentar el ambiente, y ya los pastores sacaban su ganado de
noche aprovechando el alejamiento de los fríos invernales. Hacía
tan solo unas horas que toda una familia se había refugiado al
amparo de una gruta utilizada para resguardar el ganado del
viento. El jefe de familia era un hombre anciano. Un Ebanista residente
en una pequeña población de la Galilea donde la mayoría de
las personas pertenecían a la secta de los Esenios. Ella, la madre
gestante, era tan solo una adolescente.
Acababa de cumplir sus catorce
años y ya estaba esperando un hijo cuya concepción estaría
envuelta en el misterio para todos, pero no para ella que había aceptado
ser fecundada a distancia por una insólita luz. Los demás eran
los hijos del primer matrimonio de aquel patriarca viudo, que
había aceptado, propiamente había sido
obligado, a desposarse con la
joven por indicación de los sacerdotes del templo de Jerusalén, que
con ello deseaban tan solo protegerla, en lo posible, de su propio
destino. Ellos sabían que aquella virgen había sido predestinada para
una gran misión. Sus primeros años en el templo, donde había sido
dejada por sus padres para el servicio,
habían sido acompañados por
toda suerte de hechos prodigiosos a su alrededor: esferas
luminosas, proyecciones de seres de luz, levitación, visiones, etc.
El cansancio y los dolores de
parto se estaban intensificando lo que había apurado a aquel pequeño
grupo emparentado por las circunstancias, a buscar
refugio para recuperar fuerzas. El haberse detenido les había impedido
alcanzar la cercana población de Belén,
cuna del Rey David. La noche
ya estaba cayendo y era peligroso continuar angustiado por los
requerimientos de atención de la joven, el anciano carpintero
José, como era su nombre, envió a algunos de sus hijos a buscar
una partera a Belén. Paso un largo rato y como no volvían, la
urgencia lo hizo que enviara al resto para acelerar la llegada de la
comadrona. Se quedó así solo con la parturienta, solo para ser
testigo de eventos extraordinarios... En su desesperación, aquel hombre
justo que había tenido que soportar todo tipo de habladurías y
hasta el juicio de los sacerdotes por hacer caso a una visión en
sueños donde se le pidió aceptar un Plan Superior en torno a la extraña
concepción, salió afuera de la cueva y se puso a mirar a la
distancia, y luego, ligeramente más relajado, al cielo. Allí contemplo la
presencia de un hermoso lucero en el luminoso cielo estrellado.
Pero éste lucero no se mantuvo quieto, sino que empezó a hacer toda
suerte de movimientos en zig-zag; y luego se colocó en la vertical
donde él se encontraba, empezando a descender vertiginosamente
acompañado de una explosión, liberando un extraño vapor a
manera de niebla, transformándose rápidamente en una nube, pero
clara y brillante.
La caída de aquel cuerpo
celeste fue demasiado para el anciano que huyó sin rumbo fijo,
alejándose del lugar, llegando precipitadamente a unas
colinas cercanas donde había divisado un fuego encendido. Allí se
encontraban un grupo de pastores cerca de sus animales. En su angustia
ni siquiera se presentó, sólo quería llamar su atención para que
vieran como la nube había descendido
sobre el improvisado albergue
de la gruta. Aún no había recuperado el aliento ni se había calmado
del primer susto cuando al hablarles a gritos a aquel grupo de
hombres rudos, observó que las flamas del fuego estaban quietas, el
viento se había calmado, los pastores estaban estáticos, inmóviles y
el ganado tenía la hierba en la boca
pero no la estaba comiendo ni
se movía. Era como si el tiempo se hubiese detenido para dar
cabida a una nueva realidad, la de la esperanza. Se había formado un
portal hacia la cuarta dimensión. En ese instante era como si el
universo hubiese descendido en la
Tierra como comprimiéndose sobre su
cabeza y dejando a continuación solo una ventana hacia la nada
o hacia el todo. El susto fue mayúsculo para el anciano José
que inmediatamente recordó haber dejado sola a Myriam, tal era
el nombre de aquella joven y delgada mujer. Por lo que volvió por
donde había venido tan rápido como se
lo permitían sus cansadas
piernas. Al irse acercando pudo contemplar como de la nube que
se mantenía como a unos diez metros por encima del suelo,
pero cubriendo la mayor parte de la cueva, descendió un haz de luz
azul brillante y a través de él, bajaron tres seres luminosos
de apariencia humana, pero muy altos en comparación de los
extranjeros que solían venir por los caminos de aquella provincia romana.
Aquellos hombres de resplandecientes túnicas blancas se dirigieron
directamente hacia el interior de la cueva, y José, venciendo sus
miedos, fue detrás de ellos. Dentro
estaba Myriam acostada sobre
la paja que servía de granero al ganado. Ella recibió con
expectación y alivio a aquellos enviados del cielo. La carga de la
responsabilidad y de la incomprensión de los
demás a lo largo de los meses
después de que se conoció su embarazo habían sido
insufribles. Pero ella confiaba de que llegado el momento sería reconfortada.
El mismo nacimiento de Myriam había sido preparado desde lo
Alto, al ser ella hija de padres estériles, fueron estos
aleccionados por los visitantes del cielo, advirtiéndoles de la
importancia de quien sería su hija.
Dos de los luminosos seres se
colocaron a los lados de la joven, mientras que el del medio se
mantuvo frente a ella.
Inmediatamente los tres
visitantes se inclinaron ante ella en señal de respeto y reconocimiento de
su persona y su sacrificio. Ella estaba representando y a la
vez encarnando a la nueva mujer, a la nueva Tierra, a la madre
cósmica. Ya no era Raquel la estéril, era ahora Myriam la Virgen. Aquellos
que se encontraban en los
laterales extendieron sus
manos a cierta distancia por encima del vientre de Myriam, mientras
que aquel que se encontraba al frente lo descubrió respetuosamente.
Luego alzó sus manos, juntando las palmas y separando los dedos.
En ese momento una poderosa energía a manera de esfera de
luz se concentró entre las manos y al
descender con ellas hacia la
joven postrada, efectuó una cesárea totalmente aséptica,
extrayendo del interior de la madre al niño predestinado; cortando de
inmediato con la misma energía movilizada el cordón umbilical
y procediendo de inmediato a limpiarlo para depositarlo
luego en los brazos de la madre. Luego, aquel que llevó a cabo la
operación selló la herida con la luz, de tal manera que Myriam, la virgen
del templo fue virgen antes, durante y después del parto.
Fueron entonces estos seres
estelares los primeros en rendirle homenaje a aquel que teniendo
el mismo nivel que ellos, llegaría a ser más que ellos. Pasaron dos
años en que la familia debido al portento vivenciado en el
lugar se había radicado en Belén. Fue entonces que llegaron a Judea
los llamados magos de oriente, miembros de una secreta orden
mundial positiva conocida como la Hermandad Blanca de los
Retiros Interiores. Ellos venían siguiendo una misteriosa
estrella, que no era otra cosa que una nave portadora de los
mensajeros del cielo, de los ángeles de antiguo, la que terminó
deteniéndose sobre el lugar donde la familia
vivía. Hasta allí fueron
aquellos hombres santos que habían partido hacía dos años desde
Mesopotamia después de haber realizado toda suerte de cálculos
astrológicos. Venían trayéndole al niño objetos
que le habían pertenecido en
su vida anterior, los cuales él pequeño Yeshua, tal era su nombre,
pudo reconocer sin dificultad de entre otros más atractivos.
Fue suficiente los cálculos y las sincronías para saber que él era
el enviado, el liberador, el Mesías esperado; aquel ungido desde
antiguo para sacar a la humanidad del único original pecado que
la humanidad arrastra, que es la ignorancia. Los Magos Maestros
a continuación entregaron a la
familia recursos económicos para
que se pudieran radicar en Egipto durante algunos años, para
preservar así la vida del niño. Después de esto, alabaron a Dios y se
regresaron por otro camino concientes de que se había iniciado un
Tiempo Nuevo lleno de esperanza, y que
algún día la humanidad lo
entendería y asumiría el reto de su propia cristificación.
La familia abandonó
sigilosamente Belén y la provincia,
trasladándose a Alejandría en
Egipto, ubicándose al lado de los esenios alejandrinos conocidos
como los terapeutas, donde permanecieron hasta que el
niño cumplió los cinco años de edad, considerando entonces el
momento de volver y estableciéndose por espacio de un año en una
tienda de beduinos al lado del monasterio de Qúmram a orillas del Mar
Muerto. En aquel desértico y místico
lugar, el pequeño niño crecía
día a día en bondad y en sabiduría...
Los Esenios fueron una secta
Sadoquita donde se priorizaba el celibato, pero había como una
tercera orden dentro de ella, que estaba compuesta por
matrimonios, mayormente ubicados en la localidad de lo que hoy es
Nazareth, tal como se desprende de algunos de los rollos de la Comunidad encontrados en
Qúmram. En
la casa taller de José en
Nazareth hay un baño ritual esenio.
El planeta Tierra había
sufrido hace miles de millones de años (mucho tiempo antes de la
existencia de los dinosaurios) impactos de lluvia meteórica que
extinguieron la vida en ella transformándolo
en un lugar estéril; por ello
fue escogido junto con otros siete planetas por las Jerarquías
del Cosmos para incluirla en un proyecto mediante el cual, viajando a
través del tiempo y el espacio, se llegó a éste mundo antes de que
muriera, y se le dio una segunda oportunidad, creando a su
alrededor un tiempo paradójico y alternativo. Imaginémonos por
un instante que el tiempo en el universo es como una espiral
ascendente, y que en una de las curvas de la espiral se genera
un círculo adicional y tangencial. Al final de un ciclo cósmico se
estaría esperando que con la supervivencia de la humanidad
a su adolescencia espiritual, se produzca la reconexión, de tal
manera que haya "un final de los
tiempos ", conectándose
definitivamente el tiempo alternativo con el Real tiempo del Universo.
Entonces será como si nunca no hubiese sido.
Vivimos en un universo
material de siete dimensiones, por lo cual poseemos siete cuerpos
para actuar en aquellas dimensiones.
La mayoría de los individuos
que habitan nuestro mundo son seres de 3,3 lo cual significa que
se mueven dentro de la tercera dimensión con sus tres
primeros vehículos: el cuerpo físico, el astral y el mental inferior que es el
carácter y la personalidad. Pero Jesús era un 3,6 habiendo llegado ha
desarrollar en vidas anteriores su
conciencia espiritual que es
el 6. Mientras que los extraterrestres que nos visitan son seres de
4,4 esto es, que se mueven en una cuarta dimensión viajando a
través del tiempo y del espacio, y con una conciencia de su potencial
psíquico. Los que asistieron el nacimiento del Maestro Jesús
eran 6,6. Después de su resurrección,
Jesús pasó ha ser 4,7 nivel
éste de séptima que nadie había alcanzado hasta ese momento,
abriendo la puerta a realizaciones mayores de la propia
humanidad.
Hace miles de años un grupo de
extraterrestres descendieron en la Tierra, precisamente en el
Desierto del Gobi en la
Mongolia, y allí fundaron Shamballa, la
capital del mundo subterráneo, y se constituyeron en la Gran Hermandad
Blanca de los Retiros Interiores, como guardianes
del conocimiento oculto de la historia
real de la humanidad, siendo
reemplazados con el tiempo por terrestres de gran calidad
espiritual.
Yeshua ben Joseph no era un
extraterrestre sino un terrestreextra,