EL
LABERINTO
El
símbolo del laberinto tiene que ver con el camino del alma hacia la
iluminación, que lo lleva a enfrentarse con sus miedos sin perderse,
como en la historia del Minotauro y Teseo.
Se
empieza por diseñar una gran cruz de doce pasos, que se va
transformando en la medida que se construye, pasando de ser una cruz,
símbolo de la adicción, la suma y lo positivo en una cruz gamada;
al unir los extremos, en una esvástica símbolo del movimiento y la
evolución, formándose en su interior siete senderos que conducen al
octavo o centro.
Se
ingresa directamente al tercer sendero que corresponde al Ego, en vez
de pasar primero por el uno que es el de la supervivencia, por cuanto
uno cuando nace a una nueva existencia lo primero que hace es
construirse un ego por y con todos los factores que lo influyen.
Después,
en la medida que va creciendo, se va dejando arrastrar por las
pasiones y el sexo ( el segundo sendero), de allí llega al primer
sendero, cada vez más lejos del centro; y se da cuenta que solo está
sobreviviendo. Es en ese momento cuando llega la oportunidad de
vislumbrar lo eterno, y sigue al cuarto sendero que es el de la
intuición y la visión interior.
Del
cuarto pasamos al séptimo, que es la perfección. Pero aún estamos
muy lejos de alcanzarla por lo que el camino nos vuelve a alejar del
centro, conduciéndonos hacia el sexto sendero que es el del
equilibrio, necesario para cimentar todo lo avanzado.
Del
sexto pasamos al quinto que es el del poder de la palabra. Cuando
llegamos a dominar el verbo creador, en ese momento estamos listos
para llegar al octavo sendero que es el centro de la figura y el
lugar de Dios Padre Madre, donde hemos de orar en voz alta.
En
la ruta caminamos siempre pegados a nuestra derecha, y no nos podemos
adelantar a nadie, ni podemos cruzar entre las líneas saltando sobre
ellas, por cuanto sería como un suicidio simbólico.
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